Hace unas cuantas Navidades, tuve el peor comienzo de año de mi vida.
El día uno de enero, principio de año por la tarde. Como cada día, llame a
mi madre, para charlar un rato. Y ella no se puso al teléfono. Respondió mi
hermana.
Me dijo que no me asustara. Ellas estaban en el hospital porque mi madre se
había encontrado mal.
(Cuando te dicen que no te asustes, por lo general, debes
de "cagar-te patas abajo")
Yo sin pensarlo fui al hospital.
Mi madre estaba débil, y agotada. Pero consciente. Mis hermanos me dejaron
solo con ella un rato.
Me madre quiso ir al baño y yo la acompañé.
Casi se me cae al suelo. Me asusté muchísimo. Le fallaban las piernas...
Al rato vino el médico y nos dijo que había tenido un Ictus en casa. Que había sido de vital
importancia la celeridad de mi hermana, al traerla al hospital con ambulancia.
Y que debíamos esperar las próximas horas y sus consecuencias.
Woww... ¿Hay algo más grande que el amor incondicional, de una buena
madre?
En mi vida, NO!
(A veces pienso, en lo injusto que es el mundo. Por no brindarles a todos
los niños, la necesidad de vivir en un hogar donde se les quiera y se les
proteja, como máxima prioridad.)
Al día siguiente, agotado por haber pasado una noche de nervios y
pesadillas. Fui corriendo al hospital, tras preguntarle a mi hermana que tal
había pasado la noche. Ella fue muy seca. Bien, me dijo.
¿Pero vendrás esta mañana?
Ver a tu madre, tu máximo referente, casi ida... Comportarse como una
niña tremendamente asustada, con cierta dificultad de movimiento.
Que empieza a desconfiar de ti, que eres su hijo, porque las pruebas que le
realizan la hacen desorientar-se....
Al día siguiente, la visita merma mis esperanzas.
No puede engullir. Es más, devuelve los líquidos de las pruebas de
contrastes, como si fueran productos radiactivos.
La besé para tranquilizarla y me di
cuenta que no movía nada del cuerpo, ni brazos, ni piernas. Ni sonrío al verme.
(Dios... Noté como un cuchillo me desgarraba el alma desde el esternón
hasta el bajo vientre...)
Estábamos todos destrozados.
El mundo me oprimía la cabeza. Mi altura
disminuía como mi esperanza en el futuro.
La cara de mi padre era un poema. Con mis hermanos y mis sobrinos
llorábamos por los pasillos intentando que ella no nos viera, ni notara nuestro
desconsuelo...
Fueron varios días de dolor y de tristeza. Pero para mí la tristeza más
amarga fue: ver como ella era consciente de su cruel realidad y lo cerca que
había estado de la muerte.
Así como lo muerta que estaba en vida, si esa realidad no se transformaba.
Vinieron médicos tras las pruebas, los scanner
y los análisis.
Empezó con la rehabilitación...
Los amigos nos decían: esto le pasó a mi tía, y mira como está ahora. O:
has visto a fulano, pues tuvo un Ictus
también, y ya lo ves ahora.
Recuerdo que yo lloraba en el coche, de camino al trabajo, del hospital
para casa. En el despacho, cuando no tenía a nadie cerca. Y también cuando
algunos buenos amigos me llamaban para darme ánimos y decirme que sabían lo
mucho que yo adoraba a mi madre y seguro se recuperaba pronto.
Mis suplicas solo eran de mínimos.
Sí, porque cuando te ves con casi nada, te aferras a lo esencial, a lo más importante.
Yo solo pedía a Dios, (porque existe, aunque solo nos sirva para ser
mejores personas, sea hebreo, árabe o hindú)
Yo solo pedía, que pudiera recuperar la dignidad, que pudiera levantarse de
la cama, andar, aunque fuera con alguien cerca, con un bastón o un taca-taca.
Que pudiera tomar algo más que sopas y caldos varios. Que pudiera ir al baño
por si sola y limpiarse con dignidad...
Dignidad. Que palabra más sencilla. Pero que llena de importancia para el
débil.
-A lo que voy. Y os pido disculpas por este post tan largo y lógicamente tan
poco divertido.
Pero para mí, mi Momento + Memorable fue el siguiente:
Una tarde de domingo, al cabo de 2 o 3 semanas.(me parecieron meses)
Llegué al hospital y besé a mi madre. Tenía mejor cara, también besé a todos
mis hermanos y a mi padre.
Por un segundo percibí un aire en el ambiente un poco menos triste y con
cierta tensión. Pero de ese tipo de tensión verde, como alegre y
positiva.
Mi madre me preguntó cómo me había ido el día. Y mis hermanos me sonreían
bobamente.
Volví a mirar a mi madre y ella me levanto el brazo izquierdo, saludándome.
Para mí, la persona más importante. MI MADRE. |
Todos lloramos y nos abrazamos.
Estaba claro que eso no era la panacea, tendría que trabajar mucho.
Pero ese simple acto, sí era el principio de un duro y largo renacer.
Una segunda oportunidad para ella.
Y para mí, mi momento MÁS memorable.
A veces me pregunto:
Si se nos muere quién nos dio la vida,
¿se nos muere la vida?
No hay comentarios:
Publicar un comentario